El avión despegó con fuerza de la terminal 2 del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid. Mi corazón estaba en un puño pues no me gusta nada este medio de transporte; unida a este miedo, la tensión se me dispara y mi organismo siente un acentuado malestar y desasosiego. Tras los primeros minutos todo se fue calmando y, poco a poco, recobré el dominio de mi mente y de mi cuerpo. El aparato volaba por encima de las nubes y así continuó todo el trayecto. Fue pues un vuelo de ciegos sobre una alfombra de blancas nubes de ceniza y algodón. Un feliz y rápido aterrizaje dio término a este vuelo de unas dos horas y media de duración. Me encontraba en el aeropuerto de Oslo y estaba a punto de comenzar realmente este exótico viaje por el país de los fiordos . Quiero expresar brevemente lo que esta aventura ha significado para mí.
He viajado en autobús bajo una lluvia, persistente en ocasiones, atravesando verdes valles, umbrosos bosques y montañas nevadas, cubiertas siempre de una vaporosa bufanda de nubes. Hemos discurrido junto a ríos caudalosos y lagos de transparentes aguas. Me he maravillado contemplando alegres cascadas que, mientras cantaban, se precipitaban, jubilosas y alocadas, por las laderas y acantilados de las montañas hacia los acuosos lechos que las acogían. He cantado con los demás pasajeros mientras miraba las gotas de lluvia que chisporroteaban sobre los cristales, envolviendo al vehículo en un acuoso vapor que emborronaba todo el horizonte. En alguna ocasión he contado chistes junto con otros viajeros y hemos reído a carcajadas con sana alegría y calurosa amistad. Estas horas de autobús me han permitido observar a mis compañeros cuyas caras expresaban amistad, inteligencia y asombro ante la sublime y espléndida naturaleza que nos rodeaba por doquier. Me he maravillado especialmente, contemplando las lenguas de un glaciar que, desde las altas e invisibles cumbres, se asomaban para saludarme con sus turquesas lágrimas heladas. He disfrutado, como si tuviese pocos años, mientras las nieve caía sobre mi rostro dándome la bienvenida y besando mi piel con su gélido toque. Ha sido fantástico cruzar en barco varios fiordos de ensueño y sentir el aire que, alocado, me envolvía con frío pero ardiente frenesí. Imposible expresar con palabras la emoción de observar las laderas de las montañas que rodean los fiordos cubiertas de cascadas que, como lágrimas del cielo o como corbatas de plata, adornan tan espectacular escenario. Tras una jornada recibiendo emociones por tan sorprendentes paisajes ha sido un placer tomar una ducha caliente en el hotel, rememorando las sensaciones vividas ese día.
Paseando por las diversas ciudades que hemos visitado, me han gustado tanto sus monumentos y su especial arquitectura, como sus floridos parques y jardines con preciosos lagos, donde los niños reían y jugaban mientras las gaviotas volaban y los cisnes nadaban junto a la orilla. Ante tanta belleza he recordado a mis seres queridos con entrañable cariño y les he comprado algún recuerdo que acompañe nuestros besos y abrazos en el próximo retorno.
Me he sentido como si de nuevo viviese una segunda juventud, viajando junto a la persona amada y poder así enamorarme de nuevo de ella más allá de los setenta. Por momentos he olvidado mis males y enfermedades, ganándome y superándome a mí mismo en un desafío personal. He impulsado de nuevo en mi vida la alegría y la esperanza.
Éste ha sido mi viaje . Ésta ha sido mi experiencia. Esto ha sido vivir. Puedo concluir con estos versos
Si del mundo me diesen todo el oro
y no poder por ello ya moverme,
diría que prefiero este tesoro,
de admirar Naturaleza y sorprenderme
con glaciares y cascadas, que yo adoro,
con la lluvia, el granizo y la nieve.
Escrito en autobús camino de Oslo 3 de junio de 2019