En el cielo los nimbos se retuercen
como espumas de nieve negra y blanca.
Hace calor y, en las encinas grandes,
tocan incansables las chicharras.
Un hombre en una mesa está escribiendo
escuchando el sonar de sus guitarras.
Los mirlos picotean los perales,
las brevas se las comen las urracas.
A la mente le vienen pensamientos
que entristecen el fondo de su alma.
La falta de una vida consecuente
que a los pobres y parias ayudara;
la lucha contra el hambre y la injusticia
debió de ser su auténtica cruzada.
La tarde va cayendo lentamente
entre trinos de pájaros que cantan.
Muere el sol entre piélagos de sangre,
que la noche los cubre con su capa;
Capa negra teñida de azabache,
de luceros y estrellas adornada.
El hombre lanza al cielo su tristeza
de no haber terminado su cruzada;
las estrellas recogen su quejido
en la plata brillante de su cara;
tu lamento será la inspiración
para que otros acaben tu batalla.
Las estrellas le han hablado en silencio
con el brillante morse de su plata.
El hombre las observa fijamente
mientras vuelve despacio para casa.
El Vacar 29 de mayo de 2020