La savia corre por las venas de los árboles, por las plantas, por las flores como impetuoso río. Toda la hermosura de parques, vergeles, jardines, huertos, pensiles, bosques y sabanas se posa como una delicada mariposa sobre las soleadas laderas de la sierra, sobre las luminosas navas que apacientan a cientos de blancas ovejas y tiernos corderos.
Su aroma se alza como un tenue humo azul que perfuma mis sienes y suena como dulce flauta en mis oídos.
Todas las flores me miran con su rostro de pétalos de sedoso nácar, en este jardín silvestre de la tarde que desprende efluvios de cuaresmal lavanda.
El aire tiembla mientras el ocaso cubre con su manto arrebolado el lejano horizonte de levante. Todo es armonía y belleza. Sobre el prado comienzan a palpitar gozosas las estrellas,
¿No escucháis la cautivadora música de la sonora penumbra de las hojas que el viento toca con su infantil sonrisa?
¿Acaso no percibís el rumor del agua que me llama con su líquida y fresca voz en este crepúsculo dorado y melancólico?
Caminaré hacia el río, hacia las limpias cascadas de agua pura, para regar el jardín de mi espíritu, el huerto de mi alma que quiere florecer en esta hora vespertina en que la luz del día cierra sus párpados, para que la pálida luna derrame su magia plateada y su aroma de embrujo embriagador, en este místico y cautivador anochecer primaveral.
¡Sí, huele a primavera!
El Vacar 10 de marzo de 2021